martes, 31 de marzo de 2009

Mi Autobiografía

A la edad de cuatro años ingresé al Preescolar Mickey de la escuela Concepción Restrepo, mi primer día allí lo recuerdo como extraño, pues, me sentía rara en medio de tantos niños que jamás había visto y lo más curioso era la profesora, una señora ya entrada a los cuarenta con una cara muy seria que desde ese momento comenzó a dar ordenes, que deben sentarse de tal manera, atender a las explicaciones, no hablar, ni sacar la lonchera hasta que no se les ordene, no pueden salir del salón sin permiso, no deben pararse, no pueden golpear la mesa, no pueden rayar las mesas, ni las paredes del salón, entre muchas otras prohibiciones; también, nos habló de que se trataba el preescolar y que haríamos muchas cosas divertidas en las horas que íbamos a pasar con ella, la profesora Stella, el apellido de ella no lo recuerdo. Ese día, recuerdo que jugamos con baldes y palas para niños, y me llamó la atención que cada niño tenía un balde y una pala de color diferente, en ese momento a mí se me ocurrió decirle a la profesora que yo no quería mi balde y mi pala que eran de color naranja, que yo adoraba el rosado y quería uno de ese color, y ella con su cara manchada y opaca me dijo “no aquí se hace lo que yo diga y punto” en ese instante sentí mucho miedo de estar allí frente a esa señora de cara tan seria y rompí en llanto, pues, vi a una persona muy fría y no quería volver a verla. Sin embargo, mi mamá habló con migo y me convenció de que el preescolar era muy bonito, que allí aprendería muchas cosas lindas y divertidas, que la profesora era buena y que yo era muy mimada, además, que debía aprender a socializar con todos aquellos niños para hacerlos mis amigos y vivir aventuras inolvidables al lado de ellos, y agregó te vas a dar cuenta que cuando termines el preescolar vas a querer quedarte ahí por lo bien que la pasaste y por todo lo que aprenderás. Al pasar los días me daba cuenta de que el preescolar era un sitio donde uno se cansaba mucho de la mano porque la profesora daba a cada niño una hoja de block para que realizara dizque una plana que consistía en hacer puntitos retenidos y derechos; en mi caso tuve algunas dificultades para dominar el lápiz, pues yo soy zurda y la profesora decía “no, tome el lápiz con la mano derecha” y me obligaba a tomar el lápiz con la mano derecha, dizque porque con esa mano era que se escribía. No obstante, yo me sentía más cómoda escribiendo con la izquierda, así pues, en el preescolar trataba de escribir con la derecha y todo me quedaba muy feo, pero en la casa lo hacía con mi mano izquierda y me quedaba muy bonito y mi mami me felicitaba, pero la profesora en la primera entrega de calificaciones no me puso muy buenas apreciaciones porque yo todavía no había desarrollado la suficiente destreza con el lápiz, y como era de esperarse mi mamá se quejó con la profesora diciéndole todo lo contrario que yo trabajaba muy bien y que ella se admiraba lo ordenada y disciplinada que yo era con las tareas en la casa y que además me quedaban muy lindas, fue cuando la profesora le dijo su niña no utiliza la mano derecha sino la izquierda y usted debe colaborarme en casa para que la ella utilice la mano correcta y agregó diciendo “que aun estábamos a tiempo de corregirle el error a la niña”. Entonces, mi mamá se dejó convencer de la profesora y durante varios meses intento ayudarme en casa a escribir con la mano derecha y ella me guiaba la mano, pero no fue muy notorio el progreso, mientras que cuando utilizaba mi otra mano todo me quedaba muy bien. Un día, mi padrino un hombre muy educado y sabio llegó de visita a nuestra casa y vio lo que estaba pasando con migo y le dijo a mi mami que eso era muy normal y que aunque pocas personas escribían con la mano izquierda no era una discapacidad, ni tendría porque afectarme en nada o reducir mis capacidades o habilidades en la escritura; él dijo que hablara con la profesora y le dejara claro que la niña era zurda y punto que no intentara cambiar eso, ni frustrarla o ponerla en ridículo por esta situación. La profesora poco de acuerdo acepto y concluyó diciendo “está bien, si usted así lo quiere?”. Por lo tanto, a pesar de que ya podía escribir libremente con mi mano izquierda no me sentía libre para hacerlo en clase porque apreciaba un rechazo por parte de la profesora o no se muy bien como definirlo, pero ella no terminaba por aceptarlo. Sin embargo, olvidando ese incidente en el preescolar había momentos muy lindos y divertidos, y como lo dijo mi mamá amigos inolvidables, al finalizar el año, la profesora nos hizo una despedida muy bonita y le dije adiós con un beso. Sin embargo, le expresé a mi mamá que quería cambiar de escuela y ella consideró que era lo mejor y, así fue como ingresé a la Escuela Jesús María Duque en el grado primero, allí a nadie le importó que fuera zurda y la profesora Flor María era una señora muy estricta y regañona que continuó poniendo muchas planas, todos los días hacíamos planas primero de bolitas, después, palitos que se hacían en todas las direcciones, es decir, inclinados a la derecha, a la izquierda, verticales y horizontales, luego hacíamos las mismas planas pero intercalando bolita, palito, bolita, y así sucesivamente, mas adelante, aquellos ejercicios según la profesora para adquirir destrezas en la escritura y soltar la mano iban aumentando su grado de dificultad, y recuerdo que mis dedos quedaban aplastados de tanto hacer planas y me daba rabia cuando la profesora no nos dejaba salir al recreo porque no habíamos terminado la plana, varios meses del año fue así, después, llegaron las vocales y sucesivamente el ABC, lo cual no cambió mucho porque ahora las planas eran sobre el ABC, pero con una diferencia ahora debíamos aprender de memoria todas aquellas letras y repetirlas todos los días en clase frente a los compañeros y profesora sin equivocarse y todo aquello se tornaba aburrido y monótono, es más uno podía dejar de asistir una semana a clase y no se perdería de nada nuevo. Un día la profesora mandó una nota a los padres de familia para comunicarles que debían comprarnos la cartilla Coquito y la de Nacho Lee; cuando mi papá me entregó la cartilla de Coquito me emocioné mucho porque veía todos los dibujos y quería calcarlos en unas hojas a las cuales le llamábamos calcantes o mantequilla y estaba entusiasmada mirando todas aquellas imágenes y preguntándole a mi papi como se llamaban cada uno de los animalitos que allí estaban y que de pronto yo no conocía, aunque la mayoría me eran familiares. Recuerdo que las jornadas de lectura en casa con mi papá eran un poco largas y el me leía muchos cuentos y leyendas que cuando crecí descubrí que algunas de ellas no las estaba leyendo sino contando por tradición de sus padres y yo me entretenía mucho con aquellas historias de espantos, brujas y condes; todo lo contrario a la realidad de la escuela porque la profesora le llamaba leer a tomar la cartilla en determinada pagina para repetir montones de veces las mismas silabas y frases formadas por estas, las cuales uno terminaba aprendiéndose de memoria, aun recuerdo frases como “mi mamá me mima, mi mamá me ama, amo a mi mamá”, en este momento me da risa de ver como se convierte uno en un estúpido repitiendo esas frases tontas de las cartillas. Y es curioso que cuando la profesora me ponía a leer solo se fijaba en que leyera según ella de corrido y ojalá rápido y fuerte, pero en ningún momento hacia énfasis en el contenido o significado de la lectura, es decir, en la comprensión de lo leído, entonces, yo comencé dizque el mundo de la lectura en la escuela pensando que leer era repetir y descifrar esas palabras compuestas por todas las letras del ABC; pero lo curioso era que la lectura realizada en casa era muy diferente, tanto en temas como en lo que significaba cada una de esas historias, y aun más en lo que podían producirme al escucharlas de boca de mi papá, pues me parecía curioso que mientras aquellas historias dejaban una enseñanza o me hacían llorar, emocionarme, sentir alegría o miedo las de mi clase de escuela no producían nada. Tiempo después, cuando entré al tercer grado la profesora Deyanira nos ponía a leer cuentos, mitos y leyendas populares que yo ya conocía por mis lecturas realizadas en casa y me alegre mucho de ver que al fin iba hacer algo igual o parecido a lo que realizaba con mi papá. Por tanto, en aquel momento todo comenzó a ser diferente porque la lectura se volvió comunitaria, en la clase todos leíamos en vos alta y al finalizar la profe preguntaba si nos había gustado y que le podíamos contar de importante o que valiera la pena resaltar de lo leído; en ese instante todos los niños levantamos la mano y, Deyanira se sorprendió mucho. En ese entonces, la parte de la escritura era dedicada única y exclusivamente a dictados y transcripciones de la cartilla al cuaderno, no se hacía ninguna composición propia. Posteriormente, mi ingreso al grado cuarto me dejó recuerdos importantes y valiosos en la vida académica, pues, la profesora Deisi una mujer de carácter fuerte, muy elegante, perfumada, sabia y con ganas de enseñar, era mi nueva guía, pues, ella había dedicado la mayor parte de su vida a que sus alumnos triunfaran en el mundo de las letras eso era lo que todos en la escuela comentaban. De esta manera, llega a mi memoria la ocasión donde nos habló sobre la literatura, una palabra de la cual no sabia casi nada, a medida que pasaba el tiempo ella nos transportaba a un mundo mágico, con su vos fuerte, segura y melodiosa, además, expresaba con tanto amor la importancia de la literatura que yo terminaba contagiada de esa maravilla que ella nos mostraba, tanto así, que durante ese año leímos diferentes fábulas, cuentos, y lo que más me sorprendió fue que comenzamos a leer periódicos, la profesora decía “para mañana traen la prensa” y primero hacía una breve introducción sobre qué era el periódico para que servía y luego leíamos la columna de una profesora de español, pero lo que más recuerdo es el dinamismo de Daisi para que nosotros comprendiéramos las lecturas y las lleváramos a la practica, seguido a todo esto, comencé a tener como costumbre la lectura diaria del periódico “El Colombiano”, y todos los días recortaba las cosas que más me llamaban la atención y las pegaba en un cuaderno, además, mis padres se sentían contentos porque yo había progresado mucho en la lectura desde que conocí a la profesora de cuarto grado, tanto así que mi papá cuando llegaba algún amigo a la casa le decía quiere ver cómo lee la niña de bien el “El Colombiano?”. Asimismo, a la profesora le encantaba que lleváramos cada semana algunas líneas redactadas por nosotros, y en ocasiones decía cada uno de ustedes le va escribir una carta a alguien de su familia que este lejos y la van a leer en clase para luego enviarla por correo. Algunos años después, llegó a mi vida la etapa del bachillerato y me enfrenté a muchos cambios como es natural en esa transición. Por consiguiente, conocí a la profesora de español una señora llamada Gladis de estatura baja, robusta y que usaba gafas, ella el primer día de clase nos dictó la lista de libros que debíamos comprar para su clase, sin mentir eran cerca de siete u ocho títulos de los cuales solamente recuerdo algunos que voy a mencionar aquí: Los viajes de Guilliver, El túnel, María, La metamorfosis, El coronel no tiene quien le escriba, El principito, entre otros, de los cuales en clase solo leímos uno y medio, y la lectura era aburrida, confusa y tediosa; la profesora nos dejaba en el salón solos leyendo. Ese año solamente logré leer un libro de todos esos porque el medio no cuenta, y con el pasar de la vida en bachillerato fui leyendo los otros. Sin embargo, pienso que las lecturas de esos libros son maravillosas pero si se hacen en la dad adecuada y con la madurez necesaria para comprender esas narraciones, las cuales resultaron muy complejas para mí en aquel tiempo, cuando sólo tenía once años. En consecuencia, después de terminar el colegio confieso que volví a leer algunos de los libros que había leído en el colegio porque reconocí que no los había comprendido muy bien y quede muy complacida con la segunda lectura que realice sobre ellos. Finalmente, puedo decir que mi proceso de lectura y escritura no ha sido el mejor, ni el más completo, pero si puedo decir que yo he tratado de cambiar lo malo y superar las obstáculos que pudo haberme dejado las experiencias del pasado, por lo tanto, hago evidente que me encanta la lectura y que me emociona comenzar la lectura de un nuevo libro pero más me complace terminar de leerlo, no se si eso sea bueno pero a mí me hace feliz.

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